Escribir sobre Reescribir con Ignacio del Moral

Escrito por Nacho Garayalde.

Qué extraño sortilegio escribir sobre Ignacio del Moral. Uno no puede sacudirse la sensación de redundancia. Escribir sobre “EL ESCRIBIR”; así, con mayúsculas. Y es que Ignacio no es solo un guionista, no es solo un dramaturgo, no solo un escritor. Es un maestro de alquimia.

IGNACIODEFSerá porque los hados, tan caprichosos, decidieron no darle tan solo el don de la escritura. Por obra o gracia de la genética, iluminación divina, o constancia en el oficio, encuentras en él un perfecto equilibrio entre lo divino y lo humano. Me explicaré.
Llegue a la escuela entre tinieblas, y tras una año de formación me aventuré en la epopeya titánica, arriesgada y frustrante, de abordar mi primer guion de un largometraje, iluminado por una luz sutil que me enseñó a distinguir formas, a elegir caminos, a crear personajes, a inventar historias… aún era de noche, pero la tiniebla se esfumó bajo el influjo luminario de una luz tenue y albina, pura y genuina luz… de luna (Gracias Alicia).
Y así llegué al segundo año, buscando la iluminación de cuerpos celestes que me ayudaran a sentir que guion, viene de guía, y que sin luz que te ilumine, la empresa de guiar resulta imposible. Y entonces, como una concatenación de exorcismos, me encontré con Ignacio del Moral. Si en el primer año, me iluminó la luna, en el segundo pude sentir la luz envolvente, acogedora y cálida de un sol. Y digo sol, con todas las connotaciones que aplicaría una abuelita de la postguerra, al mirar con cariño a sus nietos. Y es que Ignacio… es un sol, en toda la amplitud de la palabra. Su luz clarividente ilumina más allá de toda expectativa. Descubres pronto, ya en la primera clase, que no solo está bendecido por los dioses del talento. Las musas también le acompañan en un pertinaz viaje visionario, para concederle la virtud del tino a la hora de mostrar caminos, sugerir cambios, y vislumbrar posibilidades. Pero su grandiosidad de astro rey, le habilita para hacerlo desde el respeto al autor, sacando de lo escrito por su alumno, los aspectos más ventajosos, las referencias escondidas y las tramas esbozadas por el subconsciente.
Y es que Ignacio, hace honor a su nombre, que Ignacio e ignición tienen la misma raíz, y bajo su tutela es fácil entrar en la reescritura como en un despegue de la NASA, con toda la poderosa quema de las ideas mal concebidas, de los personajes mal enfocados, de los puntos de vista equivocados, pero sirviendo de combustible para salir como un cohete, para dirigirse hacia un objetivo: hacer crecer tu guion desde dentro, sin temblor ni pudor.
Te dirás… ¿Renunciar a cosas de buen grado? ¿Eso cómo es posible? La respuesta es sencilla, porque aún no he contado lo mejor. Don Ignacio hace tanto honor a su nombre como a su apellido. Tiene la mágica capacidad de dar… moral; más que “el Alcoyano”. Y lo hace con tal naturalidad y aplomo que te subyuga, tanto que llegas a creer que eres como él, un escritor, y olvidas que solo eres un aprendiz de guionista. Alguien que un día, decidió escribir un guion.
Así, el trasformar un montón de folios escritos en un verdadero guion de cine, se me atoja un proceso tan mágico como el trasformar el plomo en oro: pura alquimia. Dice Paulo Coelho que el aprendiz de alquimista encuentra al maestro en el momento justo. No sé si eso es cierto.
Quizá mi momento me resulta tardío, o quizá simplemente se haya hecho esperar más de la cuenta, pero yo, tras el honor de un año de tutela, solo le puedo decir a Ignacio del Moral:
Gracias, gracias y siempre gracias por todo… a mi maestro de alquimia.

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