Invéntate un personaje, ese mismo, sí: una mujer que sube una escalera interminable cargando con una bolsa repleta de carpetas. Ponle un nombre. ¿Por qué ahora? Y por qué no. Venga. Ponle un nombre. Tiene 40 años y se llama Adela. Viste sofisticada pero lleva los zapatos gastados y no muy limpios. De repente se detiene y busca algo en uno de los bolsillos. Saca el teléfono, pero no era esto lo que buscaba y sigue indagando dentro y fuera de su bolso. Al final parece haberlo encontrado. Saca del bolso un segundo teléfono y habla con el interlocutor o interlocutora a carcajadas.
Ya sabemos lo que hace en este instante en que acabo de empezar a contar una historia que ya ha comenzado a existir antes de que yo me pusiera a escribirla. Y en ella hay alguien que la habita: Adela (40). Ahora me pongo a pensar cómo es Adela….¡No! Ahora me pongo a pensar ¿qué le pasa a Adela? ¿Qué tiene Adela de particular para que yo crea que es necesario e imprescindible que yo pase horas contando, descifrando, escribiendo su historia? ¿Qué tiene Adela de relevante para que otras personas, mejor muchas que pocas, se pudieran interesar por lo que le pasa?
Adela corrige exámenes como “negra contratada en negro” para un catedrático de Historia del Arte. Pero eso no es del todo interesante. Pienso en algo más. Adela es policía de baja en el servicio por haber agredido violentamente a un inmigrante desarmado y desnudo, en medio de la calle. Mmmmm no sé si me resulta apasionante. No. Adela es una coleccionista de robanovios. En esas carpetas lleva fotos e información de otras mujeres que le han robado el novio a alguien o a ella misma, da igual. Las sigue, las persigue, las… descuenta… desaparecen, se van. Y todos lo dan por hecho y nadie investiga hasta que ella misma se despierta una mañana en la cama del novio de su mejor amiga.
A partir de ahora pensaré cómo habla Adela, dónde nació y por qué la llamaron Adela, qué estudió y cómo se convirtió en descontadora de personas: en asesina. Por qué sigue soltera y quienes son sus amigas. A partir de ahora le inventaré una vida a mi Adela y de repente un día, me desligaré de la realidad y comenzaré a escribirle situaciones de ficción. Pero ella, Adela, responderá como la Adela que es y no cómo la Adela que a mí se me antojó crear. Porque como creadora me debo más a mi personaje que a lo que yo quiero que haga mi personaje. Por eso Adela será libre en el momento en que dé comienzo la primera de las situaciones que me invente para ella. No eres tu, creador, es ella, la que transitará por las situaciones creadas para ella. Luego es libre de decidir lo que mejor se le acomoda y tu, creador, te debes a ella, al enriquecimiento y brillo de ella. Ella te irá dictando si la situación a la que la sometes es mediocre para ella, si la respuesta a la que la obligas es zafia y poco orgánica. Y tu…escúchala y déjala hacer. Y entonces tu personaje por ser precisamente libre, brillará más, será más libre de lo que tu podrías imaginar.